Los enfermeros también lloran, el rostro y la historia de José Espino

954EDF6D-4163-41F5-9CA0-59C7AC2A76DFMientras el avión que lo regresa a Cuba está en el aire, el enfermero intensivista José Espino Pedraza –32 años, primera misión internacionalista–piensa en su familia. La casa siempre se extraña. “Yo estaba desesperado por venir”, dice uno de los 34 colaboradores cubanos que enfrentaron la COVID-19 en Andorra.

Antes de salir de La Habana hacia el otro lado del Atlántico, tuvo el último abrazo del hogar: el de la madre, la hermana, la esposa y un hijo recién nacido. “Imagina, me fui el 28 de marzo y el niño cumplió dos meses el 24. Mi mujer es una heroína”, cuenta como quien sabe que el éxito y la tranquilidad de su misión también se debe al apoyo de Isabián y los pucheros del pequeño Joseph. La cara del contingente Henry Reeve son los médicos cubanos, pero su retaguardia descansa en la familia. Un binomio sin el que, irremediablemente, no hay victoria segura.

A 7.810 kilómetros de casa, José Espino cruzó a diario la zona roja en el hospital “Nostra Señora de Meritxell”, en Andorra la Vieja. Desde la capital del país europeo y durante tres meses y dos días, el enfermero cubano atendió a pacientes positivos a la COVID-19: “Tuvimos personas de 45 o 50 años, pero eran pocos, casi siempre los contagiados eran adultos mayores, los más vulnerables y con más complicaciones”.

Hace poco más de 24 horas que volvió “a casa”, junto a sus compañeros de misión. Conversamos unos breves minutos por teléfono, desde el centro de salud La Pradera, donde pasarán 14 días de cuarentena.

“Aunque de acá no salimos hasta ver al Presidente”, dijo recordando la invitación hecha por el mandatario cubano Miguel Díaz-Canel Bermúdez, cuando les dio la bienvenida a la Patria, para reunirse una vez cumplido este período e intercambiar experiencias sobre el programa cubano de enfrentamiento a la COVID-19.

–La situación epidemiológica era tensa cuando llegó la brigada médica…

–Sí. En Andorra tienen una terapia de diez camas y ya estaba llena. Habían habilitado otra en un hospital de día y la tenían prácticamente ocupada con pacientes graves con la COVID-19, por lo que se preparaba otra sala más por si empeoraba la situación.

José comenta que permaneció en la “terapia intensiva del hospital, donde todos los pacientes que atendí eran positivos a la COVID-19 y estaban ventilados, o sea, con un respirador mecánico”.

Cuando le preguntamos por la importancia de la enfermería en la estocada contra la pandemia, dice con orgullo: “es el día a día con el paciente, es el baño, la cura, los medicamentos en vena, estás muy cerca del virus, y hay que extremar mucho las medidas de bioseguridad”.

“Todo el tiempo estuve en zona roja”, remarca, no sin pausar la conversación los segundos suficientes para saber que hay cientos de imágenes y recuerdos que se le agolpa. Agrega entonces que, “gracias a las medidas que tomamos, ninguno de los profesionales cubanos enfermó”.

Desde que la pandemia llegó a Andorra han muerto allí 52 personas y otras 800 se han recuperado. El pequeño principado— ubicado entre Francia y España, en las montañas de los Pirineos— llegó a tener, de acuerdo con datos de su Ministerio de Salud, una tasa de infección de 1 100 personas por 100 000 habitantes, equivalente a las de las ciudades más afectadas de Europa.

“El día que el hospital nos dio la despedida fue cuando se dio la última alta de la COVID-19 en el país”, cuenta José y añade con la emoción a borbotones:

–Cuando los pacientes lograban despertar nos decían: “ustedes son cubanos, muchas gracias por venir a ayudarnos”. Era una experiencia que se repetía con todos. Recuerdo uno que estuvo entre la vida y la muerte y, después del alta, me llamó a mi móvil desde su casa para agradecerme por la atención y a Cuba por la ayuda humanitaria que tenía con su país.

El joven enfermero también agradece a ese país. “De Andorra me traigo muchas cosas”, afirma. “Conocí bellas personas, que son muy parecidas a los cubanos, allegados, amistosos, y se convirtieron en familia. Y en lo profesional aprendimos mutuamente. El Principado tiene una tecnología brillante como país del primer mundo, y eso nos costó un poco al principio. Pero a la semana ya estábamos a la par de ellos, porque le enfermería y la medicina, tanto en Andorra como en Cuba, es igual, y lo importante es la clínica y el paciente”, resume.

José Espino tiene 13 años de graduado y ama su profesión. Lo dice y no es difícil creerle cuando describe minuciosamente el rol que juegan los enfermeros y enfermeras en una terapia intensiva. Más aún, cómo han sido claves en la lucha contra la pandemia que los ha colocado en primera línea, siendo los más expuestos al virus.

—¿Por qué escogió la enfermería?

—Mi madre es enfermera retirada. Yo jugaba de niño con mi hermana a que ella siempre era la enferma y yo el que la curaba. Me apasionó la especialidad. Fue lo que vi desde pequeño  y un día le dije a mi mamá: yo quiero ser enfermero, y aquí estoy.

El hospital militar Carlos J. Finlay fue su primer centro de trabajo luego de graduado. Ahora labora en el policlínico Cristóbal Labra en el municipio de La Lisa, en La Habana, en una pequeña sala de cuidados intensivos de la cual dispone esta institución. Hacia allí piensa volver, luego del tiempo establecido, comenta.

A pesar de una ausencia de tres meses en el hogar, siente que siempre estuvo, de alguna forma, cerca. “Desde Cuba mi familia me dio ánimos, no dejaron de decirme que me cuidara siempre, que pensara en ellos, que extremara las medidas”.

“Yo desde allá le decía a mi esposa que para combatir la COVID-19 hay que seguir las cosas que dice el profe Durán por la televisión, y siempre protegerse con el nasobuco, el lavado constante de las manos y mantener la distancia. Hay que ver cómo empeoran los pacientes, cómo sufren por el agotamiento respiratorio. Esta es una enfermedad que ha cobrado muchas vidas. Por eso le recomiendo a las personas que extremen las medidas y dejen los besos y abrazos para después. Ya llegará el momento de eso”, reitera José a modo de consejo, esta vez para su pueblo.

Hace solo dos días, cuando lo vimos llorar en el aeropuerto “José Martí”, de La Habana, no sabíamos su nombre. En la pantalla que servía entonces como una especie de cercanía, suponíamos que el joven había visto alguna imagen conocida, o había escuchado alguna voz familiar, de los varios rostros y voces de seres queridos que grabaron también un mensaje para el recibimiento de los galenos.

Ahora lo sabemos: “Pusieron a mi familia: mi madre llorando, mi hermana, mi niño, de cinco meses ya, mi mujer, después mis sobrinitas hablando…vaya, me mataron”.

La emoción y las lágrimas fueron genuinas. Y sí, a veces, se muere de orgullo y felicidad, para vivir después y contar la vida como en la historia de José

Tomado de Cubadebate

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